martes, 21 de octubre de 2008

De progresistas y conservadores

Para la Argentina que vivimos vienen desafíos. Y es que la crisis mundial algún efecto tendrá en nuestras tierras. Sólo basta con ver y oír lo dicho y redicho por las voces entendidas de los masivos medios de comunicación como para darse cuenta de que las profecías pueden autocumplirse. Mucho de lo económico tiene que ver con lo psicológico; y si no presten atención a los vaivenes de la timba bursátil mundial. Apenas alcanza con un gesto político-económico como para que todo suba o todo baje. En estas aguas inquietas tenemos que navegar.

Pero las oscilaciones de época nos pueden llevar a otros golpes de timón. Los argentinos podemos dar cuenta de ello.

Luego de haber resistidos los embates de la república-sojera-campestre, el matrimonio presidencial K decidió dar el giro inesperado (al menos para algunos). El compromiso de reapertura de canje de deuda y el pago al club de París fueron medidas que mostraron al proyecto K más hacia la derecha que hacia la izquierda. Es decir, más próximos a hacer del país un feligrés de rezo fiel al capital timbero mundial antes que un reaccionario agnóstico dispuesto a tirar piedras contra la fachada del templo del capitalismo. Pero me parece que analizar al kirchnerismo desde esta vieja dicotomía ideológica es pobre y no permite comprender el fenómeno que propongo observar.

Más que pensar en gobiernos de derecha o de izquierda, la Argentina merece otro debate, sin dobleces. Con la pobreza estructural perpetuándose en los índices sociodemográficos, con el trabajo informal en muy lento retroceso (y algunas zonas en aumento) y con la brecha de ingresos entre ricos y pobres aún repudiable para un país de iguales, es tiempo de preguntarse quién será capaz de dar el golpe que rompa el statu-quo económico y social argentino.

En este punto, cabe interrogarse acerca de la conveniencia de reinsertar el concepto de progresismo ante el término conservadurismo.

La noción de progreso, fruto de la hegemonía de las corrientes de pensamiento del racionalismo post-medieval, aportó a la humanidad la herramienta oportuna para des-exorcizar las almas del oprobio del pensamiento único religioso. Con la profundización del uso de la razón como redención del hombre, con la ciencia como nave nodriza del progreso del-hombre-en-la-tierra-sin-dios-que-lo-tutele, todas las esperanzas parecieron concentrarse en lo que vendría, en el futuro.

Sin embargo, dicho progresismo pareció entrar en un entrevero de contradicciones que hoy advertimos; el progreso en un mundo de pluralidades parece avanzar sólo por un solo camino. El sistema político, económico y financiero actual monopoliza toda idea de avanzar hacia el futuro. No es posible pensar en lo que vendrá sin la matriz de una democracia declamativa, el capitalismo de mercado practicado y la timba financiera sostenida. No somos pocos los que pensamos que ese no es el sendero que queremos transitar. Sobre todo por el convencimiento de que la raza humana pareció, simplemente, haber cambiado un Dios por Otro.


Hablar de progreso no sólo implica mirar al frente, también es mirar a los costados; más aún en países como la Argentina. Por caso, progreso no es igual a avance. Progresar según nuestra concepción es proponer un progreso completo ante lo que hasta el momento el capitalismo constituyó como un progresismo por el futuro mismo, con compromisos morales diversos que apenas alcanzaron a emparchar los “daños colaterales”. El progresismo económico y político sin inclusión de los que acampan obligadamente a la vera de la ruta no hace más que desnudar los defectos de ese avance. Hay que dar vehículos de progreso para todos, si queremos continuar con la democracia como modelo político. Si no pretendemos equiparar en ese sentido, la democracia será pura hipocresía.

La Inclusión debe ser progresiva como lo debe ser el crecimiento. Crecimiento desmedido sin incorporar a los caídos del carro del progreso no suena demasiado democrático.

Para la Argentina es vital tamizar la actualidad política en estos términos. Más que izquierdas y derechas, las alternativas deben ser progresistas en el sentido que consideramos ante el conversadurismo que nada cambia, y si lo hace, es a consideración de reproches que pongan en riesgo su hegemonía.

Es un grosero error asociar a la izquierda con el progresismo; los conservadurismos pueden venir de ambas manos, sin distinciones.

Ante lo dicho, ¿los K serán de izquierda, de derecha, progresistas o conservadores? Las crisis no son para cualquier dirigente. Estas suelen convertirlos en líderes, los confina al olvido por su timidez o los sepulta en el lote de los reponsables. La actual crisis de la timba universalizada y sus efectos en la economía real marcarán a fuego a cada dirigente político en todo el mundo. Veremos que sello le toca al matrimonio presidencial argentino.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Diego: como siempre gracias por tu aporte al debate de los temas que REALMENTE nos interesan.