domingo, 18 de enero de 2009

Mauricio, el blanco de las críticas



No fueron pocas las veces en las que los periodistas se adentraron en conversaciones cuasi-íntimas con el poder.

No es tan habitual esa especie de diálogo desde la llegada del kirchnerismo, pero lo fue en épocas de la esperanzadora Alianza (y en tiempos de Carlitos).

En aquellos tiempos de fácil-progresismo con Menem en el poder y ya con su salida del gobierno los funcionarios de la Alianza cansaban innumerables charlas con la prensa gráfica y audiovisual.

Así, en las charlas de café era habitual el intercambio de información política como así también de los consejos amatorios del funcionario progres para con el periodista amigote.

Pero la noche de la caída de De la Rúa apagó ese vínculo amistoso; al menos de esas formas tan confianzudas.

Después de todo, los hombres y mujeres de la Alianza ejercían una profesión que confluía a las mil maravillas con el estilo Terragno: mezcla de político estadista con periodísta analista del pasado reciente (el menemismo, en cuestión).

Con el kirchnerismo floreció el oscurantismo.

La aparición de hombres como el vocero mudo del ex Presidente apagó la llama de la apasionada relación poder y prensa y encendió la antorcha de política a fondo, en ejercicio desde las sombras del poder, para bien o para mal.

La llegada al poder porteño de Mauricio Macri devolvió al menos algo de aquella cómplice proximidad entre política y periodismo.

-Che, ¿por qué no hacen un almuerzo para los periodistas en algún lugar lindo?, se le escuchó a cierto cronista de largos años pateando la calle en busca de algún buen plato de comida que servirse, gratis, por supuesto.

-Decile a Mauricio que no llegue tarde, así podemos llegar a la otra nota, se le vio salir de su boca a otra periodista segura de su proximidad y confianza con el vocero del jefe de gobierno.

Otras veces no faltaron las chicanas, las críticas y las objeciones, incluso, a alguna medida de gobierno en la ciudad.

Esa proximidad demostró también la debilidad de un gobierno que no se siente tal, que no tiene agenda sólida (y si la tiene la pone en duda ante los cuestionamientos mediáticos), sin propaganda acorde y, en definitiva, sin gestión consolidada.

Y llegó aquel día, cuando Mauricio M bajó de las escalinatas de la jefatura de gobierno con su blanco traje, dispuesto a anunciar la desregulación de la Obra Social porteña.


Desde la montonera periodística se escuchó a viva voz: ¡Llamen a Philip Michael Thomas!, como si el que bajara las escaleras fuese el mismísimo Don Johnson siempre junto a su eterno acompañante, ambos héroes de División Miami (Miami Vice) y quienes se cansaron de lucir trajes tan claros y llamativos como la blanca coca que incautaban a los chicanos narcos.

Las carcajadas y la burla brotaron ruidosamente entre prensa y funcionarios.

De ahí en más una jornada de tantas con bromas e ironías de parte de esos periodistas que saben que el gobierno porteño se parece más a una banda de chicos buenudos y educados visitantes del poder capitalino y ajenos a todo aquello que huela a hacer política y a gestión de gobierno.

No es torpe el olfato periodístico al advertir que la banda macrista está más para ir a jugar al rugby, cenar y bailar un rato en un after hour que para gobernar un distrito.

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