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lunes, 14 de julio de 2008

"Pepito", el pistolero


Madre Mía!!

Lean esta transcripción del último editorial del oligo-intelectual de Pepe Eliaschev.

Seguimos recogiendo material como para entender a aquellos pocos que, aunque bastante pobremente, intentan ser los pensadores al servicio de la derecha argentina.

Lo que destaqué el tipografía grande será comentado al final del texto.
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Que de nuevo Buenos Aires se haya convertido en esta semana tan determinante en el punto de encuentro de millares de personas, no debería tener nada de malo, no tendría que ser necesariamente un síntoma preocupante, toda vez que estamos acostumbrados a pensar que la Argentina –tras haber recuperado la normalidad democrática, hace ya casi 25 años- sigue drenando una necesidad de participación.

La pregunta que quiero proponerles, en todo caso, a pocas horas de que el campo y el Gobierno congreguen a dos respectivas muchedumbres, es si –efectivamente- lo que estamos viendo es participación en ambas partes, si esto que hoy en día escenifica a la Argentina es una auténtica gesta en pro de la democracia o, en cambio, lo que estamos viendo es, sencillamente, un simulacro.

Tengo para mí que la situación es infinitamente menos esperanzadora de lo que uno quisiera. El Gobierno vuelve a generar un parate nacional de proporciones con el pretexto de que se está defendiendo la democracia. Si uno le creyera –con la mejor buena voluntad- a Néstor Kirchner, el país está prácticamente al borde de un precipicio que lo llevaría a una “destitución” de las autoridades electas. Claro que para creer esta afirmación de Kirchner hay que tener una voluntad muy especial de rechazar todo pensamiento libre, o todo juicio pertinente y verdaderamente riguroso.

La Argentina no está al borde de un golpe de Estado, ni ahora ni lo estuvo hace dos meses. Tras las elecciones de octubre del año pasado, el Gobierno ha recuperado la plena convergencia de lo legítimo con lo legal. Recuerden que la sombra negra que acompañaba a Kirchner, más allá de la revalidación de las elecciones legislativas de 2005, era que había llegado a la presidencia de la Argentina con apenas el 22 % de los votos, superado incluso, en la primera vuelta, por Carlos Menem.

Esto no sucedió con Cristina Kirchner, y en consecuencia, aquella convergencia entre legalidad y legitimidad que se dio en octubre de 2007 sigue estando perfecta y completamente en su lugar.

La conclusión es obvia. Lo que ha sucedido es que el Gobierno ha pergeñado una auténtica mentira institucional, planteando una “destitución” que no existe, ni puede existir, no sólo porque no hay tal “destitución” -ni están dadas las condiciones para que ella se produzca-, sino porque el reclamo de millares de productores agropecuarios y millones de seres humanos que viven en diferentes ciudades y pueblos de la República no apunta a derrumbar a un Gobierno, ni a eliminar las instituciones democráticas –como sí sucedió en 1976, y sucedió en 1966, con la anuencia tácita del peronismo- sino que, en todo caso, apunta a derogar un esquema fiscal claramente confiscatorio.

Confundir esto con un golpe de Estado y convocar a la gente en defensa de la democracia, es una de las tantas patrañas, una de las tantas tergiversaciones, uno de los tantos simulacros que hace un Gobierno que dice tener un discurso progresista y de izquierda y, en definitiva, solamente prosigue con tenacidad y lealtad a sí mismo el discurso de la preservación del poder.

Más allá de esto, el panorama es claramente deprimente. Otra vez las calles llenas de gente, como si la única manera de gestionar una sociedad compleja como la argentina fuera a través de la eterna perpetuación de los viejos ritos: la plaza, la calle, el territorio, la demostración de fuerza.

Más allá de lo que suceda, e incluso al margen de la resolución del Senado este miércoles 16 de julio, lo cierto del caso es que con o sin retenciones, al día jueves el país tendrá que plantearse nuevamente y en serio si considera que vivir en democracia y suscitar el progreso social es esta algarada permanente de gente en la calle y aparatos que se benefician del apoyo político del Gobierno.

Kirchner y la Presidente han elegido, una vez más, el camino de la demagogia, el camino de la excitación emocional, un camino que por donde se lo mire, no tiene un desenlace esperanzador.

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El problema de estos marmotas intelectuales es que terminan por acabar con el concepto de buenos razonamientos, en función de su clara pertenencia ideológica-social.

"El Gobierno vuelve a generar un parate nacional de proporciones con el pretexto de que se está defendiendo la democracia"
  • ¿Alguien tiene el teléfono de Pepe? ¿Háganle un llamadito y díganle que cuando estuvo en Colombia se perdió el tristísimo espectáculo de la Argentina paralizada durante largos días por el lock-out de la patronal sojera.

"Lo que ha sucedido es que el Gobierno ha pergeñado una auténtica mentira institucional, planteando una “destitución” que no existe, ni puede existir, no sólo porque no hay tal “destitución” -ni están dadas las condiciones para que ella se produzca-, sino porque el reclamo de millares de productores agropecuarios y millones de seres humanos que viven en diferentes ciudades y pueblos de la República no apunta a derrumbar a un Gobierno, ni a eliminar las instituciones democráticas –como sí sucedió en 1976, y sucedió en 1966, con la anuencia tácita del peronismo- sino que, en todo caso, apunta a derogar un esquema fiscal claramente confiscatorio".

  • Sería bueno llamar a algún historiador de lo contemporáneo (podría ser Rapoport) para que le explique a Eliaschev que la caída de Alfonsín y de la de De la Rúa fueron verdaderos golpes de estado orientados por objetivos político-económicos. Alguien se atrevió a hablar de "golpe de mercado". Puede ser una definición próxima para comprender a ambos momentos. Estimar que ese estilo de golpismo se agotó con la última asonada contra Chupete sería, por lo menos aventurado, teniendo en cuenta la continuación de muchos elementos estructurales de la Argentina de entonces en la presente.

"... el panorama es claramente deprimente. Otra vez las calles llenas de gente, como si la única manera de gestionar una sociedad compleja como la argentina fuera a través de la eterna perpetuación de los viejos ritos: la plaza, la calle, el territorio, la demostración de fuerza."

  • ¡Pobre Pepe! ¡Lo deprimen las manifestaciones callejeras! ¿Habrá sentido lo mismo que sintió Borges cuando vio avanzar el aluvión zoológico del 45 por las calles de la europea Buenos Aires que plasmó en sus textos culturo-ologárquicos?