lunes, 9 de junio de 2014

Caso Ciccone: Del ideal zonzo de un país sin corruptos al beneplácito por la justicia en acción


La situación del vicepresidente vuelve a generar posturas “a favor” y “en contra” que impiden visualizar el trasfondo del hecho: Un fiscal que investiga, un juez que procesa dicho trabajo y un Poder Judicial que goza de vida como para demostrar su independencia.

jueves, 10 de abril de 2014

Un reclamo justo en manos equivocadas


La jornada de paro nacional convocada por el sindicalismo opositor al kirchnerismo surge fruto de reclamos lógicos y necesarios, con el trasfondo de la crisis de representación de la dirigencia partidaria.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Terapia social: la neurosis mediática y en 140 caracteres, también


El suicidio del esposo de Nazarena Vélez llenó a los medios de títulos, comentarios y opiniones.

Su muerte, como muchas otras se mediatizó, pero de un modo que no deja de incomodar.

La saga de twitters de la esposa del difunto y los que escribieron los familiares más cercanos reinstala el escenario del exhibicionismo mediático, aún cuando media una muerte.

¿Una pregunta? O varias: ¿Uds. se animarían a publicar libremente los detalles de la muerte de un ser querido?

O, ¿publicarían la interna familiar por quien pudo entrar o quien no en el velatorio del difunto?

Es más, ¿Alguna vez en un velatorio familiar a alguna persona de su entorno se le ocurrió no dejar pasar a alguien a despedir al muerto?

No son hechos no que no sucedan nunca, aunque son màs excepcionales que habituales.

La espectacularidad de ciertos acontecimientos son noticia por eso mismo, pero no por ser hechos relevantes.

La vida misma volcada en Twitter o en las redes sociales en general es un hábito cada vez más común.

Hay personas que hasta ponen en riesgo su imagen social o profesional con tal de hacer de su intimidad algo público y relevante.

Si hasta es un hecho que muchos acontecimientos que deban saberse en la vida privada, primero, se revelan en 140 caracteres.

Tal vez esta sea una queja de un muchacho como yo que se está poniendo grande.

Pero no deja de ser una reflexión necesaria para que pensemos para qué sirve lo que publicamos en las redes sociales.

Digo, para que por lo menos no nos engañemos.

A veces, más que para escribir para los otros, lo estamos haciendo para fugarnos de nuestro propio presente, íntimo y muchas veces doloroso.

A eso yo lo llamo, terapia social o hacer terapia con el fisgoneo de los otros nuestras propias vidas.

martes, 21 de mayo de 2013

¡Es la política, estúpido!


Hace 10 años asumía la presidencia argentina un desconocido gobernador patagónico.

Ese dirigente emergió como resultado de una grave crisis institucional que hundió económicamente a la Argentina pero que fundamentalmente hizo tocar fondo a una sociedad en un sentido mucho más amplio, empujada al abismo también político y social por una dirigencia sin estatura para los tiempos que se vivían.

La era del post-menemismo fue advertida pero no comandada por la política: la salida de la Convertibilidad y de un modelo político de sistemático achique del Estado demandaba decisión y pericia política más que habilidad y talento de tecnócratas.

Los resultados catastróficos fueron claros, dramáticos y evidentes.

Por eso, la emergencia de Eduardo Duhalde y la posterior aparición y ascenso de Néstor Kirchner muestran el rol claro que la política tuvo para la recuperación argentina post 2001, pese a haber sido ella misma la que “rifó” el destino del país.

Pese a sus diferencias generacionales, políticas e ideológicas, tanto Duhalde como Kirchner rescataron a la política del ático del neoliberalismo, primero, y devolvieron su lugar en la gestión de lo público, luego.

Aunque resulte molesto para unos y otros de sus seguidores, Duhalde y Kirchner fueron parte de la misma solución, aunque en dos fases distintas.

Pero resulta claro que el devenir de la primera presidencia del dirigente patagónico terminó de instalar la "salida política" como herramienta de cambio, mientras que la gestión interina de Duhalde apenas sirvió para recomponer los destrozos institucionales que habían infligidos el quiebre provocado por la crisis de 2001.

El rol del Estado en las decisiones económicas, la mano firme para encauzar la crisis de representación ciudadana y la priorización de valores como los derechos humanos, la igualdad social y el reaprecio de "lo argentino" en la escala de valores, devolvieron el espíritu a un pueblo noqueado por el neoliberalismo económico, político y cultural.

La década perdida (1990-2000), sin dudas, pasó a ser un decenio ganado (2000-2010).

Como aquel slogan de campaña utilizado por el ex presidente norteamericano, Bill Clinton "Es la economía, estúpido" bien pudo haber sido el leitmotiv de Néstor Kirchner algo así como "Es la política, estúpido" al advertir que la recuperación argentina post decable aliancista debía restituir a la política en el lugar que le había sido vedado por las lógicas noventistas de privatización y tercerización de la gestión pública.

A diez años de la asunción como presidente de aquel "pingüino" sólo queda por advertir sobre la necesidad de seguir manteniendo a la política por encima de los poderes multiformes que pretenden adueñarse de todo lo que Estado descuida.

Permitir que esos intereses privados vuelvan a apropiarse de lo público significaría retroceder sobre la década ganada.

Aunque la política muestre deficiencias, flaquezas y malas intenciones siempre será mejor que la acción predadora de los grupos de poder que poco quieren hacer por quienes necesitan la ayuda del Estado.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Policía de locos


Los hechos de violencia en el hospital Borda de la ciudad de Buenos Aires tuvieron como triste protagonista a la Policía Metropolitana.

La fuerza, creada al amparo de la Constitución porteña que prevé la administración de la seguridad en el distrito con una policía propia, avanzó con palos, gases y balas de gomas sobre los manifestantes, e incluso contra la prensa.

Dicha represión policial traspasó todos los límites lógicos del accionar de una fuerza de seguridad democrática y nos enrostra nuevamente la cruda realidad de las policías argentinas, mucho más allá del accionar de la Metropolitana.

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Con 30 años de democracia en nuestro haber, los argentinos seguimos cargando con el drama de contar con fuerzas del orden más preocupadas por reproducir prácticas represivas que por velar por la seguridad de la población.

Los hechos que protagonizó la Metropolitana no son exclusividad de la misma: ya la Policía Federal fue copartícipe junto a ella de los sucesos dramáticos del Parque Indoamericano, mientras se siguen reproduciendo los casos de policías represivas en el resto del país.

¿Por qué con tres décadas de vida institucional normalizada, la sociedad argentina sigue teniendo fuerzas de seguridad más cerca de dictaduras que de democracias?

Las responsabilidades, sin dudas, pasan por la política, aunque no se detienen en ella.

Una primera conclusión es que la dirigencia política en general, hasta ahora, no supo y no quiso darse fuerzas de seguridad democráticas.

Los cambios hechos en la formación en la Policía Federal, las sucesivas reformulaciones dentro de la Bonaerense, además de la creación de una nueva fuerza como la Policía de Seguridad Aeroportuara, constituyen hechos aislados en un contexto nacional de ausencia de una auténtica política de seguridad, creada y orientada desde la política con articulación de los gobiernos provinciales junto con el nacional.

Ante esta ausencia, vemos recurrentemente cómo las fuerzas de seguridad continúan gozando de un autogobierno que las encierra en sus lógicas marciales, oscuras y represivas.

Si gracias al kirchnerismo la política pudo meter toda su energía para democratizar a las Fuerzas Armadas (con más y con menos) cabe preguntarse por qué no se pudo avanzar en el mismo sentido con las fuerzas de seguridad.

Lógicamente, esta pregunta también debe ser trasladada a los gobiernos provinciales, quienes vienen mirando para otro lado cuando se los interroga sobre periódicos desbordes represivos de sus fuerzas policiales.

Este desmadre policial y una dirigencia política lejos de tener autoridad para domarlas dan contexto, sin dudas, a los recientes hechos tristemente protagonizados por la Metropolitana en el Hospital Borda.

La paradoja es que una nueva fuerza de seguridad reproduce viejas prácticas reñidas de la democracia.

Pero la razón de este aparente sinsentido es, entre otras, la composición de los mandos superiores de dicha fuerza porteña, integrados en su gran mayoría por ex integrantes de fuerzas de seguridad fraguadas al calor de la pólvora y la muerte de la última dictadura.

Hacer una nueva policía con viejos componentes, no hará de dicha fuerza un proyecto de seguridad democrática.

Finalmente, y por fuera de los hechos recientes, cabe preguntarse sobre cómo hacer para que nuestras policías se aggiornen a estos tiempos.

Si dudas, el brazo firme de la política podría lograr dicha transformación.

Sin embargo, como sucede con los violentos en el fútbol, la dirigencia no podrá alcanzar ningún objetivo noble de democratización de las fuerzas de seguridad en tanto las mismas sigan siendo funcionales a sus más profundos objetivos políticos.

Dicha connivencia no será fácil de desarmar y sólo se alcanzará el objetivo cuando el convencimiento democrático parta de la propia política.

Por lo menos, en la ciudad de Buenos Aires, esa vocación de cambio sigue siendo una deuda pendiente.

Con 30 años de democracia, seguimos teniendo a policías integradas por locos que siguen reprimiendo a ciudadanos cuerdos.