La designación de Sergio Massa como nuevo Jefe de Gabinete demostró que el matrimonio presidencial optó por una salida a la crisis política poco esperada y astutamente elegida. El enfrentamiento con las patronales del campo demostró que, entre otras cuestiones de gestión pública, lo bueno o malo que haya hecho el gobierno nacional en cuanto a políticas agrarias no fue bien comunicado. No se trata sólo de la comunicación hacia el conjunto de la población, sino hacia los actores particularmente alcanzados por políticas de estado. Un monólogo no deja de ser comunicativo, pero es de pobre utilidad para obtener información del otro. La pretendida redistribución del ingreso debió haber sido explicada en detalle mucho antes de haber avanzado con las retenciones móviles. Cuando se quiso hacer, ya era tarde: ni los perjudicados con la resolución 125, a la sazón los zares sojeros, ni los supuestos beneficiarios de la medida, los postergados de la distribución el ingreso, alcanzaron a comprender la decisión del gobierno.
La comunicación no es sólo hacer anuncios; es también entender antes qué manifiesta el interlocutor a ser alcanzado por decisiones de gobierno en el momento de toda saludable negociación previa. Esta ida y vuelta comunicativa no funcionó al pretender imponer las retenciones móviles. La Mesa de Enlace auto-constituida por la cuestión sojera fue emergente del desafiante paso al frente de los productores rurales dispuestos a no perder rentabilidad en el negocio exportador de granos, a manos de las retenciones móviles.
Pero no solamente no sonaron las alarmas del gobierno como para haberse adelantado a dicho desafío campestre. Tampoco hubo tacto para manejar la crisis; el todo o nada kirchnerista (todo un sello de Néstor K reflejado en las febriles y amarretas negociaciones parlamentarias) se estrelló con las espaldas anchas de los estancieros sojizados; la enérgica defensa de sus intereses particulares rápidamente se vio apoyada por el conjunto de los sectores socialmente acomodados de las grandes y medianas ciudades y por la desdibujada oposición política.
La comunicación es una deuda pendiente del kirchnerismo; el comunicar es un ejercicio poco practicado por los propios conductores del espacio político en el gobierno. El debate debe ir más allá de si Cristina gobierna por sus propias decisiones o por mandato de su marido. ¿Cuántos presidentes argentinos gobernaron al calor de los consejos llegados desde fuera de las fronteras del propio espacio político? El rol del Fondo Monetario y sus recetas neoliberales aplicadas en nuestro país explica bastante dicha dependencia.
Comunicar implica dialogar no sólo con palabras sino también mediante ideas, es decir, a través del debate ideológico. Ni Néstor ni Cristina se animaron a tanto desde que están en la cima del poder, Sólo discutieron en ese terreno con aquellos cuya proximidad era evidente. Mientras el rival que se enfrentó no puso en jaque a su proyecto no fue necesario tal debate ideológico con actores políticos y sociales un poco más retirados del anillo político kirchnerista. Pero las ambiciones sojeras mostraron las propias falencias del gobierno. Quedó en evidencia la insuficiencia de la búsqueda de nuevos aliados en la concepción de la política y en la comunión de ideas. Incluso el kirchnerismo no puede negar que vive como urgente la necesidad de contener a aquellos que, siendo aún parte del gobierno y del proyecto político, reniegan de una evidente falta de pluralidad participativa interna.
El desafío de la segunda presidencia kirchnerista es mostrar gestión también desde lo comunicativo. Siempre es conveniente el diálogo abierto de todo jefe de Estado con el periodismo. La conferencia de prensa es una práctica valiosa al momento de estar en contacto con los medios. Tanto gesto esquivo de los Kirchner a los formadores de la opinión publicada facilitó la constitución de un auténtico periodismo de alcoba tejido a partir de los silencios presidenciales.
Si el ex presidente y la actual mandataria abrieron las puertas de la residencia de Olivos contadas veces (y casi exclusivamente) a popes editorialistas de los medios masivos como Morales Solá y van der Kooy, ¿por qué esos diálogos terminaron publicándose como charlas del poder con terceros y anónimos interlocutores? ¿Por qué no el reportaje abierto y sincero, incluso con los medios no tan masivos? ¿No fue demasiada comida para semejantes fieras informativas?
Tal vez los silencios kirchneristas hayan servido convenientemente para ocultar sus verdaderas pretensiones políticas de negociación permanente a diestra y siniestra solapadas por una retórica pública, insuflada e incendiaria.
Si correr por izquierda y firmar por derecha fue el dogma no escrito del kirchnerismo desde el 2003, tal vez llegó el momento de buscar cierta cordura política e ideológica. No hay dudas de que dicho equilibrio entre cabeza, bolsillo y corazón sólo podrá ser alcanzado al calor de la coherencia entre discurso, negociación y gestión; todo por supuesto, regado del siempre necesario atributo “del estar comunicado”; algo que el flamante Jefe de Gabinete, Sergio Massa, supo hacer hábilmente como titular de la Anses y como fugaz intendente de Tigre.
No es cuestión de entregar a los medios de comunicación el privilegio de disponer abiertamente de todo el contenido que transmiten; también es necesario aportar la propia palabra del poder político. El canadiense Marshall McLuhan decía que, después de todo, “el medio es el mensaje” y, con tal advertencia, no es bueno otorgar mansamente dicho mensaje a medios cuya voracidad informativa impulsa a transmitir mediante aparentes contenidos periodísticamente objetivos sus más subjetivas ambiciones hegemónicas y codiciosas.
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