domingo, 6 de septiembre de 2009

A Fontevecchia le da tristeza... a mi me da que pensar

Dice hoy en su pasquín el "Dorian Gray argentino":

No me gusta nada lo que estoy viendo. Como periodista, fue una de las semanas más penosas que me tocaron vivir. Me duele ver a colegas a los que respeto tan condicionados.

Durante la dictadura, no se podía contar los asesinatos. Era horrorosa esa cobardía pero la alternativa era la muerte.

Durante las más de dos décadas de democracia, muchos periodistas no pudieron denunciar actos de corrupción de los gobiernos de turno (en el momento que se producían y no años después, que sí se puede) porque las empresas donde trabajaban recibían beneficios a cambio de silencios. Era indigerible esa autocensura pero la alternativa era el despido.

Sin embargo, ahora, para no ser despedido ya no basta bancarse la omisión, sino que hay que atacar a quienes se oponen a los intereses del medio en que se trabaja. Y no fríamente, ni cínicamente (como hace Aníbal Fernández, que defiende lo indefendible pero queda claro que no se cree nada de lo que dice y ni siquiera pretende que los demás le crean), sino auténticamente, con la pasión de quien está convencido de que defiende principios. Eso es trabajo insalubre.

Hasta el enfrentamiento Kirchner-Clarín, estas prácticas (y aun peores) eran patrimonio de medios de poca trayectoria y mala fama. Ahora, pasaron a incorporarlas –aunque sea parcialmente– los grandes medios, autodegradándose tristemente.

Pena parecida a la situación que soportan algunos de mis colegas me la generaron varios miembros de la oposición en el Congreso. Hace algunos años me tocó conducir las redacciones que comenzaron la revista Caras en tres países: Argentina, Brasil y Portugal. Recuerdo mi sorpresa porque en todas me encontraba con figuras cuyo único trabajo era aparecer en las revistas del corazón con un discurso apropiado para esos medios y correctamente producido. Un papel parecido hicieron algunos diputados que pasaban de programa en programa de TN o de nota en nota para los movileros parlamentarios.

La mirada hacia quien se dirigía la temerosa actuación de algunos periodistas y legisladores opositores en búsqueda de aprobación era la de una sola persona. En ambos casos, se trataba del CEO de Clarín, Héctor Magnetto, para muchos el hombre más poderoso de la Argentina, quien está especialmente sensible.

Por ejemplo, hasta su ingreso al Gobierno, María del Carmen Alarcón tenía un trato informativo privilegiado en Clarín por su amistad con José Aranda, uno de los tres gerentes-accionistas de más peso del Grupo. Pero desde que saltó a la vereda K, se terminó el buen trato y la furia clarinesca también se abatió sobre ella. Alarcón llamó a su amigo Aranda y le pidió piedad y comprensión. La respuesta que recibió fue categórica: “Te juro que yo no tengo nada que ver. Estas son órdenes de Magnetto, que está desatado e implacable con todos aquellos que se acercan al kirchnerismo”.

Este episodio puntual, uno de tantísimos, refleja que algo profundo sucedió en el carácter de Magnetto, quien como gran político que siempre fue, sabía ceder en lo secundario para consolidar lo principal, nunca llevaba las confrontaciones a un punto de no retorno y amenazaba para negociar, evitando la guerra más que produciéndola.

La nota completa acá.

2 comentarios:

Xavier dijo...

Hola, felizmente Diego, el tiempo pasa para todos por igual. Magnetto y el resto de la banda tiene 40 años mas que cuando comenzaron sus andanzas a favor y en contra de todos los gobiernos. Hoy estan tan desorientados que le quiten la colaboracion a María Alarcón para molestarlo al gobierno. Tan importante les resulta a ellos esta funcionaria?

Diego Corbalán dijo...

como dice el anillo de ferretero de la AFA: "todo pasa"

Saludos y gracias mil!!!