Dos historias policiales muestran lo mal que andamos, sobre todo, cuando queremos ser "serios en serio" para realizar investigaciones.
La primera historia es la de los tres policías asesinados salvajemente en el Centro de Comunicaciones de la Bonaerense, en octubre del año pasado.
Se inventó desde un principio la historia del crimen pasional cuando, en verdad, la escena de la carnicería demostraba que alguien había entrado al predio por mucho más que una venganza por cuestiones sentimentales.
Pero lo peor del caso fue, desde un principio, que haya sido la misma Policía Bonaerense la que estuvo al frente de la investigación bajo las órdenes de la justicia.
Por supuesto, este doble juego de policías que se investigan a sí mismos debe haber dado sus frutos: todavía no sabemos NADA de lo sucedido y recién en éstos últimos días la causa pareció dar un giro y la bonaerense se alejaría de la pesquisa.
La segunda historia es la de los policías federales baleados por compañeros de la misma fuerza en marzo pasado.
Una investigación absurdamente dejada en manos de la propia Federal que, a su vez, tuvo hasta ahora la custodia de las víctimas de los efectivos acusados del asesinato.
Con sólo usar el sentido común (y nada más que eso) la Justicia se daría cuenta de que para investigar a una fuerza de seguridad o casos que la involucran directa o indirectamente NUNCA puede ser parte de la pesquisa el mismo cuerpo en cuestión.
Todos los manuales de procedimiento judicial pueden funcionar muy bien en países con fuerzas de seguridad organizadas y autodepuradas.
Pero no se olviden que esto es Argentilandia: fuerzas de seguridad con resabios dictatoriales, depuración de sus cuadros por el sólo efecto de la decantación generacional y negocios con la política y la droga.
Con este estado de cosas, muchos casos que involucran a policías podrán ser oportunamente juzgados por el ciudadano en general, en tanto y en cuanto observe quién está imputado y quién es el que tiene en sus manos la lupa de la justicia.
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