La vagancia volvió a ganarme.
El fin de año mezclado con cansancio, ansiedad, incertidumbre, interrogantes laborales, familiares y personales, son un cóctel ¡FATAL!
No importa, ya todo va a empeorar.
Si no fuera por los más chicos que nos rodean, el espíritu de las fiestas sería sólo un recuerdo de nuestra propia niñez.
Con esos tipitos, la llegada de la navidad y la despedida del año logran darnos algo de oxígeno espiritual.
Pese a que muchas veces nos cansa ser hermanos, padres o tíos de esos piojos, nunca debemos menospreciarlos.
Cuando los mirás a los ojos, te das cuenta de lo que fuimos, de lo que dejamos de ser.
Por eso, debemos tenerlos como ejemplo.
Si tan sólo recuperáramos algo de esa mirada inocente de los más chicos, alcanzaríamos a revivir esa etapa, la más mágica de nuestras vidas.
Esa etapa en la que no había dobleces, intrigas o traiciones.
Por eso, ¡Aguanten los pibes!
Con su inocencia y su bella ignorancia, son los más felices; como nuestros antecesores, aquellos que caminaron este mundo hace tantos años atrás.
Seguro que ellos eran más ignorantes, como lo somos en nuestros primeros años de vida; seguro que vivían al mundo con más preguntas que respuestas.
Habrá que ver qué preguntas se fueron respondiendo durante la larga historia humana; tal vez fueron despejadas las dudas menos importantes.
Tal vez en este presente siglo XXI que nos toca protagonizar quedamos con sólo algunas preguntas sin responder; pero seguro que son aquellas fundacionales de nuestra existencia, esas que como no pudimos desentrañar "nos siguen, pegando abajo", como dice Charly.
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