viernes, 26 de abril de 2013

Toco y me voy


Hacer sonar la cacerola y donar un kilo de comida.

Parecen acciones distintas, pero logran entrar en la misma categoría de acción social: el hacer para no tener culpa.

Hacer algo para decir "yo fui parte".

Pero, ¿cómo ser parte de un todo y no de una simple parcialidad que se moviliza con una solidaridad a medias, tardía?

Sonar la cacerola y donar lo que sobra.

La acción suena a participación mezquina, aunque sus protagonistas sientan que están cambiando al mundo.

¿Y por qué no participar en política y dejar de lado el "cacerolismo" que poco puede hacer por forzar el cambio de rumbo de un gobierno convencido de su camino andado?

¿Y por qué no hacer todo lo que un buen ciudadano debe hacer mucho antes de extenderle la mano al sujeto padeciente de la tragedia de turno?

La solidaridad debe hacerse antes de donativos piadosos. La acción participativa en la política debe darse antes de aboyar un recipiente para cocinar.

La subversión de las acciones apropiadas altera el orden de la normalidad.

Entonces, la anormalidad de un país se manifiesta con toda su elocuencia.

Si juzgamos las acciones de la sociedad, por ejemplo, quitemos el carácter restrictivo y mezquino de la crítica a la política, entendida como el lamento y el juzgamiento de la calidad de la dirigencia partidaria, como único mal que eclipsa todas las miserias sociales y por ende colectivas.

Como dice el pasaje bíblico del apóstol Lucas, no hay que "ver la paja en el ojo ajeno, sino la viga en el propio". Aunque la cita se usó hasta el aburrimiento, hoy sirve de marco para comprendernos.

Sirve parte entender a una sociedad como la argentina que no para de juzgar y manifestar hastío por hechos políticos que realmente no está dispuesta a cambiar.

Asimismo, en la dirigencia opositora también se nota la tibieza de la voluntad de cambio.

Al fenómeno contemporáneo de esa dirigencia mediocre, sin estatura para encauzar una ideología a través de la política, le corresponde una sociedad también carente de conciencia de sí misma.

La complicidad de la inacción de muchos argentinos, travestida de hecho redentorio por las cacerolas, transforma al presente argentino en una farza de la participación ciudadana en la "cosa pública", entendido este concepto como dimensionaban los griegos al plantear toda discusión acerca de los temas que preocupan a la “polis”.

La pregunta para el autoexámen cívico es sencilla: ¿Qué acción concreta están realizando Uds., en estas horas, en beneficio de su comunidad?

Si la respuesta es el clásico "pago mis impuestos", empezamos con el pie cambiado.

Una sociedad de la participación, del debate y del cambio no es la que se compromete a cumplir expresión mínima de las obligaciones ciudadanas.

Una sociedad que quiere un cambio superador debe actuar por encima de sus responsabilidades obligatorias.

Veámonos en el espejo de la autocrítica y evaluemos si estamos al menos preocupándonos por ser un poco más de lo que la sociedad nos invita a ser.

El ser-por-encima-de-lo-que-debemos-ser será la única herramienta del cambio que todos dicen querer, pero que pocos propician.

Si una golondrina no hace verano, un donativo de ocasión y un cacerolazo furtivo no harán una sociedad del cambio.

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