Sin embargo, es interesante repasar brevemente lo que fue una alianza política en la Argentina. La experiencia más reciente es la de la Alianza UCR – FREPASO (Frente País Solidario) que concentró a radicales, peronistas y otras fuerzas volcadas hacia la centro izquierda para confluir en una estructura electoral que logró destronar al peronismo del poder en 1999, con Menem como presidente y con Eduardo Duhalde como candidato.
Esa Alianza fue la esperanza de cambio que los argentinos pretendían y creían necesitar. Los múltiples episodios de corrupción del gobierno menemista, sumados al freno económico y los despidos masivos conformaron un clima de época propicio para aquella ingeniería política anti-peronista.
Sin embargo, la alianza gobernante que puso a Fernando de la Rúa en el gobierno no supo estar a la altura de los cambios pedidos por la ciudadanía argentina.
El cerrojo impuesto por el Plan de Convertibilidad de Cavallo (la paridad un peso, un dólar), la pasividad ante el impulso de juicios contra la corrupción menemista y el estallido de escándalo propio por la aprobación de la ley de Reforma Laboral de 2000 mediante el pago de sobornos provocó al renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez y la caída final del gobierno a finales de 2001, previo a una masiva fuga de capitales y creciente malestar social que derivó en los tristemente célebres “cacerolazos”, el cierre de bancos, la mega-devaluación del peso y la disparada de los precios de los alimentos en general.
Esta reseña histórica sirve para comprender el temor ante nuevas alianzas en la Argentina. Es posible que las comparaciones que un pretenda hacer sean forzadas. Pero la percepción social hacia las alianzas políticas en este país quedó al menos parcialmente dañada ante la confluencia de candidatos en rebuscadas fórmulas electorales.
Un dogma que deja la moraleja argentina de las alianzas es que un entendimiento electoral puede hacer buenas elecciones pero malos gobiernos.
Por el momento esto no es un problema para la Argentina. Toda alianza que se construya para las legislativas de octubre próximo podrá sostenerse hasta 2011 ya que con dichas coincidencias los distintos sectores políticos no tendrán que gobernar distritos: simplemente deberán mostrarse eficaces en la convivencia legislativa de los nuevos socios y en la acción parlamentaria.
Sin embargo, el debate subsiste: ¿habrá en la Argentina un gobierno con poder de gestión construido por socios aliancistas venidos de distintos orígenes partidarios? ¿Serán capaces de poner en la agenda pública y solucionar los problemas más sensibles y urgentes que alcanzan a vastos sectores sociales? ¿Podrán contener al siempre temible Partido Justicialista, un duro enemigo cuando juega su rol como oposición? ¿Será exitosa una alianza argentina siempre y cuando absorba cantidades suficientes de dirigentes de ese PJ fundado por el desaparecido presidente Perón?
Son apenas algunos de los interrogantes de un país que puede aprender de ejemplos como el uruguayo: al menos al vecino país no se le desbarató el Frente Amplio en plena gestión, más allá de su horizonte político actual.
La caída en desgracia de las alianzas políticas en regímenes presidenciales como los nuestros siempre con costosas en términos económicos, políticos y sociales. La Argentina tiene una amarga experiencia al respecto, y eso hace que hoy en el imaginario colectivo perviva el temor a esos artefactos electorales.
Esa mirada incrédula, hoy, es la que observa al trío Macri - De Narváez - Solá, más aún cuando el lanzamiento de su espacio común se producía mientras la comunidad argentina se estremecía por el alud que arrasó con centenares de casas en la ciudad salteña de Tartagal y cuando lo urgente requería ayuda humanitaria para los afectados y no promesas electorales.
Columna de opinión publicada en Uruguay al Día
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