Desde hace algunas semanas atrás vengo leyendo y releyendo parte de los pensamientos del polaco Zygmunt Bauman, notable sociólogo que advirtió con brillante sencillez y profundidad la quintaesencia del sistema dominante de nuestros tiempos. Más allá de las definiciones en torno al capitalismo en sus distintas fases, Baumann viene trabajando desde hace años en la noción de líquido para atravesar con su análisis nuestra realidad contemporánea.
La liquidez puede utilizarse bajo varias acepciones; una de ellas es acuñada como oro por este régimen económico que nos domina: la liquidez parece ser la garantía de que todo agente económico pueda subsistir dentro del sistema y responder con eficiencia ante desafíos propios de crecimiento dentro del modelo capitalista de consumo y ante los desafíos ajenos que promuevan otros agentes competidores dentro de dicho sistema.
Pero para Baumann, liquidez opera en otro nivel. Ser líquido no es contar con fondos suficientes para estar listo para el desafío sino estar a tono con el entorno líquido que impone el actual régimen de consumo que demanda estar dispuestos a la licuación de todo precepto moral, ético y filosófico que implique algún tipo de atadura con preceptos que nos impidan girar al ritmo y en el sentido que propone la vida de consumo. Y en todo caso, si el agente no tiene liquidez en términos de recursos económicos, el sistema se los proveerá, siempre y cuando la contraprestación sea permanecer dentro de él y bajo sus reglas de juego. De este modo, somos lo que el sistema promueve y vamos hacia el Norte por él propuesto.
Esto puede suponer la integración personal a una comunidad; pero es una verdad a medias. La promoción de valores comunes dentro de la sociedad de consumo no implica una comunión de valores que nos solidifiquen en cuanto a identidad comunitaria, sino en cuanto a gustos y modas que van superponiendo y modificando dichas pautas identitarias. Se es a consecuencia de gustar, no se es a fin de estar dentro de.
Esta percepción del individuo lo transforma en mercancía, dirá Bauman. Somos nosotros mismos quienes nos sometemos al régimen de consumo como bien consumible, sin interesar el producto que terminaremos siendo.
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Con lo dicho, creo que avanzamos importantes pasos en la confirmación de que este régimen capitalista caerá en tanto y en cuanto se fracture la cultura de consumo. Es ella la que en verdad opera en segundo plano, latente pero activa en el sostenimiento del régimen actual.
Dicho régimen puede desmoronarse financieramente; incluso económicamente. Puede quedar en inanición pero no muerto. Si no hay un salto cultural que logre deshacerse de las actuales pautas consumistas, habrá capitalismo para rato.
Somos muchos los que guardamos esperanzas de que un cambio del paradigma cultural frene el consumo actual, y por añadidura, el crecimiento por el crecimiento mismo de la economía mundial. A esta altura de la historia el índice de crecimiento económico ya no alcanza para lograr un crecimiento expansivo y abarcativo real de la economía en prosecución de un “capitalismo para todos”. Que los productos brutos internos nacionales crezcan es el anhelo de la mayoría de los economistas; para personas como la que escribe estas líneas resulta ser la peor noticia que ratifica la continuidad de la desigualdad.
En la Argentina, los gobiernos K vienen prometiendo y advirtiendo sobre la necesidad de la redistribución del ingreso. Si bien los logros en esta materia fueron notables contrastándolos con la debacle de 2001, resultan ser todavía insuficientes. La matriz productiva y reproductiva del capitalismo versión argentina demanda enormes ingresos para pocas manos, entre ellas las del Estado, cuyos fondos terminan volcados, en parte, en una redistribución entre los marginales del sistema. Pero la fórmula resulta exigua; la redistribución debe ser antes de que el Estado recaude y reparta. El sector privado claramente debe mancomunarse en la necesidad solidaria de resignar ingresos y permitir que otros actores sociales entren en el juego del sistema (contrario a la realidad actual de que muchos quedan fuera y son rescatados por la mano generosa de papá Estado). El negocio de un capitalismo para pocos termina en el egoísmo económico nihilista tal como hoy lo conocemos y como lo vemos despedazarse financieramente.
La fórmula del capitalismo contemporáneo pone en juego las estrategias estatales a fin de contener dicha ambición de los agentes privados; el deliberado intervencionismo estatal estadounidense en la actual crisis financiera es una muestra evidente que nos exime de toda explicación sobre el tema.
No tengo dudas de que el cambio debe ser cultural. Pero lograr cambiar culturalmente a semejante globalización económica y financiera refuerza la dificultad de alcanzar dicha empresa propuesta. Más aún cuando la democracia es engañada en sus buenas intenciones y es usada como el arma más eficiente a la hora de naturalizar el desbalance del reparto de las riquezas, bajo la apariencia de la igualdad ante la ley y la equidad ante los derechos ciudadanos.
Todavía nos falta un largo camino por recorrer. Como señalé más arriba, el régimen que nos domina es esencialmente cultural. Mientras nuestros amigos, vecinos, compatriotas y coterráneos sigan convencido de sus bondades habrá capitalismo para rato; no se animarán a la eutanasia, sino que intentarán por todos los medios seguir aplicándole múltiples cócteles de medidas para mantenerlo vivo, aunque siga postrado y pudriéndose en su lecho de enfermo. Los cambios siempre dan miedo, sobre todo cuando el riesgo es perder todo lo adquirido gracias a este sistema.
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