lunes, 17 de septiembre de 2007

¿Alguien de ustedes tiene ética? ¡Qué antiguo!

Es habitual escuchar hablar sobre hombres y mujeres "faltos de ética". Ahora bien, ¿qué será esto de la ética? De seguro que en clave moderna y argento escucharemos hablar de esos hombres y mujeres como "aquellos que no tienen códigos". ¿Será lo mismo ética que códigos? Más bien parece que lo de ética y moral suena a cosa de otra época, mientras que eso de los códigos se nos presenta como algo menos pretencioso, más maleable y alcanzable para las almas que llevamos dentro.
Esto de la ética y de los códigos es ni más ni menos que compartir algo con los demás dentro de un ámbito social y que nos hace parte del mismo mediados por ciertas reglas de convivencia.
De esto se trata el ensayo del profesor Joachim Böffmann, a quien agradecemos estas líneas que reproducimos a continuación.
__________________
LA INNECESARIEDAD DE LA “ÉTICA”
Por el Prof. Joachim Böffmann

Filósofos, religiosos, juristas, psicólogos y hasta los más diversos pensadores han propuesto (y argumentado), desde el origen de la civilización hasta nuestros días, la necesidad de que las acciones humanas sean reguladas según ciertas normas o reglas. Esas normas de convivencia gregaria se escindieron, al compás de la conciencia, originándose de este modo las leyes y los valores. Los primeros son aquellos que nos permiten vivir en una sociedad civilizada, pero los valores, en cambio y al contrario, son aquellos que nos hacen juzgar las acciones y entrar en el ámbito de la reflexión, del bien y el mal, de la culpa; de la psicopatía, no de la pena, del castigo y de la legalidad. De esta manera, la historia de la ética o moral (poco importan las distinciones ya) ha sido hasta el presente el intento de justificación racional de tales o cuales acciones a la luz de la infantil dialéctica del bien y del mal, sin la cuál nos resulta casi imposible e inconcebible hablar y pensar.

Pero ya algunos hemos ingresado en la mayoría de edad, por lo que deberíamos pasar por alto la “historia de las justificaciones”, de eso subjetivo que pretende erigirse en juez de las acciones (principalmente de los demás) y volver a hablar en términos primitivos, al tiempo que genuinamente humanos, es decir, evolucionistas. Pues ya ha sido superado “el bien y el mal”, y aun nos hemos quedado con las leyes –con lo que queda manifiesto que el abandono de la “ética formal” no trae consigo la anarquía, sino la reconsideración sustantiva (“objetiva”) de los valores y su consecuente caída (y relativización de todas las cosas, y pérdida de poder de muchos). Ya sabemos que los valores son un invento de las culturas (y ni siquiera de todas, ni de todos los tiempos), así como las leyes, salvo que éstas poseen la ventaja del no permitir juzgar “según el bien y el mal”, sino lo conveniente o no para una sociedad, para una ciudad, para una adecuada convivencia, y aplicar la pena, no inculcar la culpa, a las acciones que hayan atentado contra el bienestar general.

Hablar en términos evolucionistas ni implica declarar una libertad absoluta ni una permisividad anarquista, sino entrar en la dimensión exacta de lo humano: lo beneficioso y nocivo para su existencia. En efecto, es evidente, constatable empíricamente, que hay cosas que dañan o benefician el organismo humano (incluyendo su dimensión psíquica, desde ya, aunque siempre sea, a nuestra forma, de modo monista, como es de esperar de todo genuino evolucionismo contradualista) del humano y otras muchas cosas que precipitan su deterioro. Pero sólo aquí, y desde aquí, se puede hablar de lo perjudicial o nocivo para la vida humana.

Hemos caído en la cuenta ya de que no hay nada determinado ni preestablecido, y que el ser es una realidad dinámica, y que su vida debe fluir con el devenir universal, y a su ritmo, a fin de no estancarse en su progreso integral. Pero el estatismo antiviral de una ética o moral lo frena y lo ata, lo detiene, lo hace involucionar al obligarle a adoptar “una segunda naturaleza”; una naturaleza impropia, no-suya, no humana, infrahumana. Pues la naturaleza –en caso de que se admita su existencia– no se inventa ni se declara, se da, y, en el mismo acto de darse, ya está deviniendo, trasmutando, y enseñándole a la conciencia humana cómo deben transmutar los criterios que vaya adquiriendo (que muchos utilizan como fundamento de los valores) según el conocimiento, progreso y conveniencia del mismo hombre y su concreta realidad.

La evolución del cerebro humano le ha llevado a descubrir al hombre, y hasta poder vivir, una realidad que las demás especies animales aun no han descubierto: la responsabilidad en sus acciones (ese parece ser el nombre propio del peso específico de su inteligencia o conciencia). En efecto, parece que lo genuinamente humano es que siempre y cuando no se convierta uno en una fuente de perjuicio para uno y para el otro debería poder hacer lo que considere conveniente. Y ésta es la única ética que se debe aceptar.

Sin duda que será imposible excluir de nuestras vidas el “juicio intelectual”, pero poco a poco debemos ir abandonando el “juicio moral”, y dejar al hombre vivir en su estado original: sin culpas, sin remordimientos, sino con responsabilidad, con uso conciente de su libertad, ayudándolo a reflexionar sobre las consecuencias mediatas y últimas de sus acciones e invitarlo a una libertad lo más pura posible, sin afecciones de ninguna clase, que no hacen más que deshumanizarlo, volviéndolo un tirano de los demás, ya que “el único valor posible” –si cabe alguno, si no es posible borrar del historial de la mente humana el término y concepto– a tener en cuenta debe ser el beneficio de la existencia individual y el respeto por la existencia de los demás.

No hay comentarios.: