Este es un pequeño ensayo-editorial de hace algunos días. Perdió un poco de actualidad, pero me parece que puede aportar algunas herramientas para pensar la gestión de gobierno del señor K que está llegando a su fin (o no, según Carrió).
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Es casi costumbre del presidente mostrarse en una actitud política que no es nueva, pero que de todos modos es digna de ser analizada y en todo caso re-analizada. Esa actitud del mandatario denota un discurso cargado de retórica K, cuyo estilo político demuestra que no siempre lo que se dice es lo que se hace.
Las grandes obras públicas prometidas por Kirchner sobre las tablas de algún escenario del interior del país o en los salones de la Rosada, no siempre se tradujeron en obras efectivamente llevadas a cabo. La crisis energética que tuvo su pico máximo en julio pasado (nevada incluida) es un buen ejemplo de esto, especialmente si se comparan los grandilocuentes anuncios de obras para el sector y los magros resultados efectivos de inversión que no estuvieron a la altura de la reactivación económica.
Si un presidente no habla de cosas que tengan algo de contacto con las acciones concretas de gobierno, ¿de qué estará hablando? ¿Con qué llena sus largos parlamentos en el atril político que le toca ocupar en cada "acto de gobierno"?
Vayamos a un clásico que pensó hace bastantes siglos estas cuestiones de la política de estado y su llegada discursiva a los ciudadanos.
Aristóteles fue el primer pensador en definir lo que consideraba la deformación de la democracia: la demagogia. Ésta es aquella democracia sometida al capricho de muchos, más que controlada por el imperio de la ley emanada del seno de instituciones republicanas.
Lo peyorativo de la noción de demagogia no es tanto el rol del pueblo, sino del gobernante. Porque el que termina abrogándose los derechos de todo una nación sin más que por "padrinazgo republicano" termina prescindiendo del andamiaje que sostiene un sistema político democrático, especialmente apoyado en la herramienta del voto.
Siguiendo con esta concepción clásica de la "democracia deforme", la demagogia no es un discurso que hable de "cosas" sino de sentimientos en sentido colectivo. Es decir, la apelación es a aquellos estados de sensaciones que, lejos de buscar anclaje en la razón, pretenden recrear una realidad a partir de pasiones políticas más que proyectos de gestión de las cuestiones de lo público.
Un rasgo clásico de la democracia deforme es la exhortación de los sentimientos de odio hacia el otro político. La exacerbación de este odio hacia aquellos que no son parte del proyecto político lleva a definir a los rivales como aquellos "enemigos del pueblo".
Lo hecho, lo no hecho, lo prometido y lo no prometido
Dos actos públicos recientes del matrimonio K son dignos de ser destacados. Uno es el del 9 de julio pasado. En la provincia de Tucumán, el presidente gastó sus cuerdas vocales para arengar al público a votar por el proyecto oficialista en las presidenciales de octubre y, en ese sentido, aventuró que en octubre, "las urnas se van a llenar de buena memoria".
En el reciente Congreso de Filosofía de San Juan, la primera dama apeló a un discurso lo suficientemente abstracto como para no hablar de propuestas de gestión ni de lo hecho en estos últimos cuatro años de presidencia de su marido. Sus palabras, en cambio, apuntaron a promocionar su proyecto para "cambiar al país" y la región.
No se puede ser injusto con este gobierno. El plan político de Kirchner fue lo suficientemente efectivo como para controlar a la dirigencia peronista, acotar a la oposición y aprovechar el crecimiento económico para contentar a los grupos empresarios, además de retener para sí importantes ingresos fruto de la recaudación en aumento y los impuestos a las exportaciones.
Pero con respecto a acciones de gobierno que hubiesen avanzado en cuestiones vitales como escolaridad, sanidad y seguridad, todo parece ser materia pendiente. Para muestra sólo basta caminar algunos kilómetros del conurbano bonaerense. Actuar en estas áreas implica poner en marcha medidas de gobierno ¿Y dónde están? Tal vez el caso de un Ministerio como el de Educación, sin escuelas a su cargo, explique al menos en parte la despreocupación del Estado por administrar efectivamente áreas de vital importancia.
Entonces, si toda acción de gobierno, tanto las realizadas, las no hechas y las prometidas, no aparecen en los discursos del poder, ¿de qué habla un presidente como Kirchner cuando levanta la voz en público?
Sólo podemos recomendarles, queridos lectores, que presten suficiente atención cuando oigan a Kirchner. Si algo suena extraño y demasiado lejos a su obra de gobierno, ¡eso suena a demagogia!
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Es casi costumbre del presidente mostrarse en una actitud política que no es nueva, pero que de todos modos es digna de ser analizada y en todo caso re-analizada. Esa actitud del mandatario denota un discurso cargado de retórica K, cuyo estilo político demuestra que no siempre lo que se dice es lo que se hace.
Las grandes obras públicas prometidas por Kirchner sobre las tablas de algún escenario del interior del país o en los salones de la Rosada, no siempre se tradujeron en obras efectivamente llevadas a cabo. La crisis energética que tuvo su pico máximo en julio pasado (nevada incluida) es un buen ejemplo de esto, especialmente si se comparan los grandilocuentes anuncios de obras para el sector y los magros resultados efectivos de inversión que no estuvieron a la altura de la reactivación económica.
Si un presidente no habla de cosas que tengan algo de contacto con las acciones concretas de gobierno, ¿de qué estará hablando? ¿Con qué llena sus largos parlamentos en el atril político que le toca ocupar en cada "acto de gobierno"?
Vayamos a un clásico que pensó hace bastantes siglos estas cuestiones de la política de estado y su llegada discursiva a los ciudadanos.
Aristóteles fue el primer pensador en definir lo que consideraba la deformación de la democracia: la demagogia. Ésta es aquella democracia sometida al capricho de muchos, más que controlada por el imperio de la ley emanada del seno de instituciones republicanas.
Lo peyorativo de la noción de demagogia no es tanto el rol del pueblo, sino del gobernante. Porque el que termina abrogándose los derechos de todo una nación sin más que por "padrinazgo republicano" termina prescindiendo del andamiaje que sostiene un sistema político democrático, especialmente apoyado en la herramienta del voto.
Siguiendo con esta concepción clásica de la "democracia deforme", la demagogia no es un discurso que hable de "cosas" sino de sentimientos en sentido colectivo. Es decir, la apelación es a aquellos estados de sensaciones que, lejos de buscar anclaje en la razón, pretenden recrear una realidad a partir de pasiones políticas más que proyectos de gestión de las cuestiones de lo público.
Un rasgo clásico de la democracia deforme es la exhortación de los sentimientos de odio hacia el otro político. La exacerbación de este odio hacia aquellos que no son parte del proyecto político lleva a definir a los rivales como aquellos "enemigos del pueblo".
Lo hecho, lo no hecho, lo prometido y lo no prometido
Dos actos públicos recientes del matrimonio K son dignos de ser destacados. Uno es el del 9 de julio pasado. En la provincia de Tucumán, el presidente gastó sus cuerdas vocales para arengar al público a votar por el proyecto oficialista en las presidenciales de octubre y, en ese sentido, aventuró que en octubre, "las urnas se van a llenar de buena memoria".
En el reciente Congreso de Filosofía de San Juan, la primera dama apeló a un discurso lo suficientemente abstracto como para no hablar de propuestas de gestión ni de lo hecho en estos últimos cuatro años de presidencia de su marido. Sus palabras, en cambio, apuntaron a promocionar su proyecto para "cambiar al país" y la región.
No se puede ser injusto con este gobierno. El plan político de Kirchner fue lo suficientemente efectivo como para controlar a la dirigencia peronista, acotar a la oposición y aprovechar el crecimiento económico para contentar a los grupos empresarios, además de retener para sí importantes ingresos fruto de la recaudación en aumento y los impuestos a las exportaciones.
Pero con respecto a acciones de gobierno que hubiesen avanzado en cuestiones vitales como escolaridad, sanidad y seguridad, todo parece ser materia pendiente. Para muestra sólo basta caminar algunos kilómetros del conurbano bonaerense. Actuar en estas áreas implica poner en marcha medidas de gobierno ¿Y dónde están? Tal vez el caso de un Ministerio como el de Educación, sin escuelas a su cargo, explique al menos en parte la despreocupación del Estado por administrar efectivamente áreas de vital importancia.
Entonces, si toda acción de gobierno, tanto las realizadas, las no hechas y las prometidas, no aparecen en los discursos del poder, ¿de qué habla un presidente como Kirchner cuando levanta la voz en público?
Sólo podemos recomendarles, queridos lectores, que presten suficiente atención cuando oigan a Kirchner. Si algo suena extraño y demasiado lejos a su obra de gobierno, ¡eso suena a demagogia!
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